Siete
Pero ahora nos toca vestirnos de hombre
salir a la calle —marcharnos para siempre—
tomar un amor grande y andar con él a cuestas
sobre el hervor medroso del asfalto
y el amarillo -lindo-de cien-mil-charreteras
aprender de memoria la hora de matar al centinela
su pedestal y su maleza
hacerlo sabiamente delante de todos
(no importa que unos tengan en la frente cinco estrellas
o sean al unísono
el poder y la vida
la voz de dios
la muerte
aunque pretendan el derecho de pronunciar
tú aquí y allá
arriba
abajo
y ordenar el color y la forma)
frente a ellos
es un deber
hermanos
destrozar esta vergüenza que nos dieron por patria
y construirla de nuevo
tomando
las debidas precauciones.
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Trinchera
Creo que ahora comprenderás
por qué arrugamos paquetes enteros de papel
antes de postergar para mañana
el final de un poema.
Es más difícil comprender
la interminable secuela
de trocitos, cintillos, rasgaduritas
y otros jirones similares para iniciarlo.
Porque
vaya
concluir algo que de tanto remiendo
viene a ser una herida más o menos digna de soportar el sobrenombre
o la firma del poeta
sólo consistiría en eso:
firmar y santas pascuas.
Y más fácil aún esa mitad
ese alimento encerrado
entre las dos paredes principales
que no es cosa del otro mundo;
simple, sencillamente,
aquí,
amorcito,
les cuento de ti y de mí,
de las callejas serpenteantes,
peatonales y anexos
que recorrimos aquella tarde
cogiditos de la mano;
de aquel árbol
que dejamos huérfano de un corazón flechado
porque la eufórica conciencia política
nos permitía ocultar nuestras frustraciones
y minaba el impulso natural de los sexos
acentuando la pereza de armar
para nosotros aquella cama antigua,
preciosa y color crema
cuyas cabeceras decoradas con copias de
Fragonard,
por obra y gracia de mi hermana la mayor,
aquella que mencioné con mucho amor
anteriormente,
fueron sustituidas por estarcidos
burdamente comerciales.
También podemos llenar este requisito
con lo que hicimos después,
cuando logramos vencer el rubor de la calentura ajena
y nos alegramos a flor de piel
para matar al ciervo antes de cazarlo,
y cuando
por dejarte al menos un recuerdo de película
alcé tus veinte años de excitación
sobre el abismo de mis canas verdes
para que supieras de una vez por todas
que al final del poema
era también el fin de nuestra historia compartida,
aquí
en Honduras
donde sólo a mí se me ocurre hacerte el amor
después de nuestra charla de cafetín
sobre la depresión que me produce
el paso de las tropas extranjeras
exactamente frente a la ventana
donde solicité por vez primera
el refugio de tus piernas.
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Fragua
Y yo
artesano
coloco sobre el yunque
una figura tan vieja como el hastío
para dejar que la sombra de estas voces
caiga sobre la punta de la estatua al General.
Porque aún después de todos los lamentos
después de todas las inclinaciones de cabeza
después de todas las horas en la cárcel
lustrando botas de soldado raso
y después de enjabonarle la barriga
al gordo olor de la ignominia
después de haber leído extensos panes literarios
y conocido el templo por dentro y por doquier
aún creo en la resurrección de los versos
en la devolución de los desaparecidos y
en la patria plena
perdurable
amén.
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Dos
Mis venas y mis nervios
dentro de ti lo saben
mis barquillos de papel indemne
retan pequeños lagos en las calles
el viento hunde sus raíces
y vuelca las velas
Un traje -azul-marinerito-lindo
mira este dolor grande
desde su poco dolor
y estruja mis sueños con sus botas nuevas
Un día creceremos
él asido a sus velas
yo hundido en mis lagos
las raíces del viento dolerán aún

Alexis Ramírez (1943). Poeta hondureño apodado «El Loco Divino», perteneciente a la primera generación de periodistas profesionales de Honduras formados en la Escuela Superior del Profesorado. Sus poemas se construyen con versos de cuartel, de militancia, de amor y de ambientes citadinos.