1. Instante
El tiempo no es una línea geométrica que dibuje una figura. Tampoco es vectorial, no se puede cuantificar; no tiene un punto de aplicación ni dirección ni sentido, por ello tampoco es una fuerza. El tiempo es aritmético, un número que crece y crece entre dos nadas.
En el instante se congrega el tiempo entero a plenitud. El momento presente condensa un pasado discontinuo y proyecta un futuro inexistente. Nuestra vida no como un bloque de acontecimientos, sino la selección significativa que hacemos de los instantes que conforman nuestra experiencia vital de transcurrir corporal y sensorialmente. Esta selección está determinada por el instante presente y por nuestras intenciones futuras.
Bachelard en su texto Instante metafísico, instante poético propone un instante estético de carácter agnanógico, durante el cual, el tiempo deja de ser horizontal y se transforma en un tiempo vertical, inmóvil. Esta aparente inmovilización del tiempo condensa distintos instantes y los uniforma en su unidad intentando transmitir una dislocación del tiempo.
El instante poético al mostrar un tiempo vertical revela una pausa esencial. Sitúa al individuo en una experiencia fuera del flujo temporal. En esta pausa del devenir parece materializarse un contenido psicológico de resonancias comunales.
El choque y la armonización de contrarios pone de manifiesto los posibles sentidos y amalgamas que existen fuera de lo sucesivo. Al romper con lo sucesivo, con la sintaxis lineal, este choque genera en la conciencia una experiencia sincrónica, instantánea y fugaz. La conciencia se pierde y se encuentra de golpe, pero se halla distinta, está en constante renovación. Idea cercana al surrealismo.
2. Infinito
Mirar el cielo es confrontar el infinito. La insignificancia del individuo ante la magnificencia de una fuerza viva natural. Este sencillo acercamiento, siguiendo a Bachelard, disloca el tiempo (la duración, siguiendo a Bergson), es un instante anagógico. Nos muestra una vastedad indescifrable. El mar es otra sensación de infinito, pero el mar no es accesible a todos, el cielo sí.
El viento moldea cúmulos de vapor que flotan sin compromiso ni orden. Los arrastra dándoles posición y forma azarosa. El clima es impredecible, sin ataduras, únicamente ocurre y ya. En cambio, el individuo vive encadenado a un formato de vida, en solitario y en conjunto, sigue un ritmo determinado por los hábitos del medio social que lo interviene y atraviesa.
El cielo y el mar, infinitos que se construyen incansablemente despertando atávicas nostalgias. El mismo cielo de siempre, de hace milenios, vasto e inacabado. Rehaciéndose a cada instante hasta el fin de los tiempos.
3. Las Equivalents, de Stieglitz
En diciembre de 1925, el fotógrafo francés Alfred Stieglitz, pionero en el arte fotográfico, abre «The Intimate Gallery», en un pequeño cuarto en Nueva York. Planea crear un espacio en cuya atmósfera el artista se sienta como ave en el cielo. Es en esta época cuando comienza a tomar fotografías del cielo en su casa en Lake George en N.Y., agrupándolas bajo el nombre Equivalents porque las consideraba equivalentes de sus sentimientos.
Karla Wilson dice que entre las fotografías y el espectador se crea una zona intermedia, que es el componente principal del mensaje espiritual de Stieglitz, quien ya había declarado que en estas fotografía estaba retratando a dios.
La naturaleza dura, no es discontinua, o por lo menos no le importa una idea de duración, llanamente está ocurriendo incesante. La percepción humana requiere congelar para interpretar y presumiblemente entender.
La serie de fotos que Stieglitz título como equivalencias son pequeñas composiciones de nubes. El cielo captado en uno de sus instantes. Tal vez estas fotos nos sirvan para ejemplificar que de un momento tomado en una contingencia cualquiera puede desprenderse todo un conjunto de memorias que completan de manera exhaustiva cualquier laguna. Es decir, cuando miramos los cielos de Stieglitz, enmarcados, dentro de sus dimensiones, se tiene presente la totalidad de un cielo que es inabarcable; y al que solo le basta mostrar una pequeña cantidad de los detalles que puede formar para dar ese sentimiento de absoluto que se alcanza cuando se mira el cielo o el mar. Este sentimiento también es una sublimación de la presencia en el mundo, de ser testigo del acontecer diario, uno sabe que el cielo es imprevisible, que puede asumir cualquier forma dibujada azarosamente por el viento.
En las composiciones se configuran (en un ejercicio de pareidolia) cárceles, terrenos pedregosos, rostros o un torso en el que resalta un sol. El cielo se expande. Las composiciones de nubes en otras ocasiones son formas lánguidas, esqueléticas; la profundidad de un interior, la carcasa de una tormenta, el esternón que protege órganos internos, superficies grumosas, accidentadas.
Cada fotografía retrata un cielo que existió, que ocurrió, que en la obra está fragmentado por las dimensiones del retrato, pero este cielo se completa con un cielo que ocurre muchísimo tiempo después de ese primer cielo, el cielo que ahora, en este momento, ahora que usted lee, está ocurriendo.
La cercanía, la repetición, la pérdida de visión por cercanía. Un fragmento que engaña provocando el ejercicio de recrear el todo. La composición no tiene un eje. La composición no tiene punto. Es una creación azarosa que es capturada por un ojo, un sujeto. La composición se desborda del cuadro y se completa con el espectador. Se completa en cada cielo que vemos y nos recuerda alguna equivalencia, tanto de cielos como de las emociones que arrastran los cielos.








Equivalents, Alfred Stieglitz